cuento "Los tres cerditos" asesor Ándres Rodriguez Hernández
Los 3 cerditos
Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque. A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y peligroso que amenazaba con comérselos.
Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno construyera una casa para estar más protegidos.
El cerdito más
pequeño, que era muy vago, decidió que su casa sería de paja. Durante unas
horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un santiamén, construyó su nuevo
hogar. Satisfecho, se fue a jugar.
– ¡Ya no le temo al
lobo feroz! – le dijo a sus hermanos.
El cerdito mediano
era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco tenía muchas ganas de
trabajar. Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar seguro, así
que se internó en el bosque y acarreó todos los troncos que pudo para construir
las paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento, se
fue a charlar con otros animales.
– ¡Qué bien! Yo
tampoco le temo ya al lobo feroz – comentó a todos aquellos con los que se iba
encontrando.
El mayor de los
hermanos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas. Quería hacer una
casa confortable pero sobre todo indestructible, así que fue a la ciudad,
compró ladrillos y cemento, y comenzó a construir su nueva vivienda. Día tras
día, el cerdito se afanó en hacer la mejor casa posible.
Sus hermanos no
entendían para qué se tomaba tantas molestias.
– ¡Mira a nuestro
hermano! – le decía el cerdito pequeño al mediano – Se pasa el día
trabajando en vez de venir a jugar con nosotros.
– Pues sí ¡vaya
tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo hacerla en un periquete…
Nuestras casas han quedado fenomenal y son tan válidas como la suya.
El cerdito mayor,
les escuchó.
– Bueno, cuando
venga el lobo veremos quién ha sido el más responsable y listo de los tres –
les dijo a modo de advertencia.
Tardó varias
semanas y le resultó un trabajo agotador, pero sin duda el esfuerzo
mereció la pena. Cuando la casa de ladrillo estuvo terminada, el mayor de los
hermanos se sintió orgulloso y se sentó a contemplarla mientras tomaba
una refrescante limonada.
– ¡Qué bien ha
quedado mi casa! Ni un huracán podrá con ella.
Cada cerdito
se fue a vivir a su propio hogar. Todo parecía tranquilo hasta que una mañana,
el más pequeño que estaba jugando en un charco de barro, vio aparecer
entre los arbustos al temible lobo. El pobre cochino empezó a correr y se
refugió en su recién estrenada casita de paja. Cerró la puerta y respiró
aliviado. Pero desde dentro oyó que el lobo gritaba:
– ¡Soplaré y
soplaré y la casa derribaré!
Y tal como lo dijo,
comenzó a soplar y la casita de paja se desmoronó. El cerdito, aterrorizado,
salió corriendo hacia casa de su hermano mediano y ambos se refugiaron
allí. Pero el lobo apareció al cabo de unos segundos y gritó:
– ¡Soplaré y
soplaré y la casa derribaré!
Sopló tan fuerte
que la estructura de madera empezó a moverse y al final todos los troncos que
formaban la casa se cayeron y comenzaron a rodar ladera abajo. Los hermanos,
desesperados, huyeron a gran velocidad y llamaron a la puerta de su hermano
mayor, quien les abrió y les hizo pasar, cerrando la puerta con llave.
– Tranquilos,
chicos, aquí estaréis bien. El lobo no podrá destrozar mi casa.
El temible lobo
llegó y por más que sopló, no pudo mover ni un solo ladrillo de las paredes
¡Era una casa muy resistente! Aun así, no se dio por vencido y buscó un hueco
por el que poder entrar.
En la parte trasera
de la casa había un árbol centenario. El lobo subió por él y de un salto, se
plantó en el tejado y de ahí brincó hasta la chimenea. Se deslizó por ella para
entrar en la casa pero cayó sobre una enorme olla de caldo que se estaba
calentado al fuego. La quemadura fue tan grande que pegó un aullido desgarrador
y salió disparado de nuevo al tejado. Con el culo enrojecido, huyó para nunca
más volver.
– ¿Veis lo que ha
sucedido? – regañó el cerdito mayor a sus hermanos – ¡Os habéis salvado por los
pelos de caer en las garras del lobo! Eso os pasa por vagos e inconscientes.
Hay que pensar las cosas antes de hacerlas. Primero está la obligación y luego
la diversión. Espero que hayáis aprendido la lección.
¡Y desde luego que
lo hicieron! A partir de ese día se volvieron más responsables, construyeron
una casa de ladrillo y cemento como la de su sabio hermano mayor y vivieron
felices y tranquilos para siempre.
Andrés Rodríguez Hernández
Comentarios
Publicar un comentario