cuento " La bella durmiente" Técnico Docente Rebeca Gutierrez
LA BELLA DURMIENTE |
Lo que dijo la rana se
hizo realidad, y la reina tuvo una niña tan preciosa que el rey
no podía ocultar su gran dicha, y ordenó una fiesta. Él no solamente invitó a
sus familiares, amigos y conocidos, sino
también a un grupo de hadas, para que ellas fueran amables y generosas
con la niña. Eran trece estas hadas en su reino, pero solamente tenía doce
platos de oro para servir en la cena, así
que tuvo que prescindir de una de ellas.
La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor,
y cuando llegó a su fin, las hadas fueron obsequiando a la niña con los mejores
y más portentosos regalos que pudieron: una le regaló la Virtud, otra la
Belleza, la siguiente Riquezas, y así todas las demás, con todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.
Cuando la décimo primera de ellas había dado sus
obsequios, entró de pronto la decimotercera. Ella quería vengarse por no haber
sido invitada, y sin ningún aviso, y sin mirar a nadie, gritó con voz bien
fuerte: "¡La hija del rey, cuando
cumpla sus quince años, se pinchará con el huso de una rueca, y caerá
muerta inmediatamente!" Y sin más decir, dio media vuelta y abandonó el salón.
Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún
no había anunciado su obsequio, se puso al frente, y aunque no podía evitar la malvada sentencia, sí podía
disminuirla, y dijo: "¡Ella no morirá, pero entrará en un profundo sueño
por cien años!"
El rey trataba por todos los medios de evitar
aquella desdicha para la joven. Dio
órdenes para que toda máquina hilandera o huso en el reino fuera destruido.
Mientras tanto, los regalos de las otras doce hadas, se cumplían plenamente en
aquella joven. Así ella era hermosa, modesta, de buena naturaleza y sabia, y
cuanta persona la conocía, la
llegaba a querer profundamente.
Sucedió que en el mismo día en que cumplía sus
quince años, el rey y la reina no se encontraban en casa, y la doncella estaba
sola en palacio. Así que ella fue recorriendo todo sitio que pudo, miraba las habitaciones y los
dormitorios como ella quiso, y al final llegó a una vieja torre. Ella
subió por las angostas escaleras de caracol hasta llegar a una pequeña puerta.
Una vieja llave estaba en la cerradura, y cuando la giró, la puerta súbitamente se abrió.
En el cuarto estaba una anciana sentada frente a un huso, muy ocupada hilando
su lino.
"Buen día, señora," dijo la hija del rey,
"¿Qué haces con eso?" - "Estoy hilando," dijo la anciana, y
movió su cabeza.
"¿Qué es esa cosa que da vueltas sonando tan
lindo?" dijo la joven.
Y ella tomó el huso y
quiso hilar también. Pero nada más había tocado el huso, cuando el
mágico decreto se cumplió, y ella se punzó el dedo con él.
En cuanto sintió el pinchazo, cayó sobre una cama que estaba allí,
y entró en un profundo sueño. Y ese sueño se hizo extensivo para todo el
territorio del palacio. El rey y la reina quienes estaban justo llegando a
casa, y habían entrado al gran salón, quedaron dormidos, y toda la corte con
ellos. Los caballos también se
durmieron en el establo, los perros en el césped, las palomas en los
aleros del techo, las moscas en las paredes, incluso el fuego del hogar que bien flameaba, quedó sin
calor, la carne que se estaba asando paró de asarse, y el cocinero que en ese
momento iba a jalarle el pelo al joven ayudante por haber olvidado algo, lo
dejó y quedó dormido. El viento se detuvo, y en los árboles cercanos al castillo, ni una hoja se movía.
Pero alrededor del castillo comenzó a crecer una
red de espinos, que cada año se hacían más y más grandes, tanto que lo rodearon y cubrieron totalmente,
de modo que nada de él se veía, ni siquiera una bandera que estaba sobre el
techo. Pero la historia de la bella durmiente "Preciosa Rosa", que
así la habían llamado, se corrió
por toda la región, de modo que de tiempo en tiempo hijos de reyes llegaban
y trataban de atravesar el muro de espinos queriendo alcanzar el castillo. Pero
era imposible, pues los espinos se unían tan fuertemente como si tuvieran
manos, y los jóvenes eran
atrapados por ellos, y sin poderse liberar, obtenían una miserable muerte.
Y pasados cien años, otro príncipe llegó también al
lugar, y oyó a un anciano hablando
sobre la cortina de espinos, y que se decía que detrás de los espinos se
escondía una bellísima princesa, llamada Preciosa Rosa, quien ha estado dormida
por cien años, y que también el rey, la
reina y toda la corte se durmieron por igual. Y además había oído de su
abuelo, que muchos hijos de reyes habían venido y tratado de atravesar el muro
de espinos, pero quedaban pegados en ellos y tenían una muerte sin piedad.
Entonces el joven príncipe dijo:
-"No tengo miedo, iré y veré a la bella Preciosa Rosa."-
El buen anciano trató de disuadirlo lo más que
pudo, pero el joven no hizo caso a sus advertencias.
Pero en esa fecha los
cien años ya se habían cumplido, y el día en que Preciosa Rosa debía
despertar había llegado. Cuando el príncipe se acercó a donde estaba el muro de
espinas, no había otra cosa más que bellísimas flores, que se apartaban unas de
otras de común acuerdo, y dejaban
pasar al príncipe sin herirlo, y luego se juntaban de nuevo detrás de él
como formando una cerca.
En el establo del castillo él vio a los caballos y
en los céspedes a los perros de caza con pintas yaciendo dormidos, en los
aleros del techo estaban las palomas con sus cabezas bajo sus alas. Y cuando
entró al palacio, las moscas estaban dormidas sobre las paredes, el cocinero en la cocina aún tenía
extendida su mano para regañar al ayudante, y la criada estaba sentada
con la gallina negra que tenía lista para desplumar.
Él siguió avanzando, y en el gran salón vio a toda
la corte yaciendo dormida, y por
el trono estaban el rey y la reina.
Entonces avanzó aún más, y todo estaba tan
silencioso que un respiro podía oírse, y por fin llegó hasta la torre y abrió
la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa estaba dormida. Ahí yacía, tan hermosa que él no podía mirar para
otro lado, entonces se detuvo y la besó. Pero tan pronto la besó,
Preciosa Rosa abrió sus ojos y despertó, y lo miró muy dulcemente.
Entonces ambos bajaron
juntos, y el rey y la reina despertaron, y toda la corte, y se miraban unos a
otros con gran asombro. Y los
caballos en el establo se levantaron y se sacudieron. Los perros
cazadores saltaron y menearon sus colas, las palomas en los aleros del techo
sacaron sus cabezas de debajo de las alas, miraron alrededor y volaron al cielo
abierto. Las moscas de la pared revolotearon de nuevo. El fuego del hogar alzó
sus llamas y cocinó la carne, y el
cocinero le jaló los pelos al ayudante de tal manera que hasta gritó, y
la criada desplumó la gallina dejándola lista para el cocido.
Días después se celebró la boda del príncipe y
Preciosa Rosa con todo esplendor, y vivieron muy felices hasta el fin de sus
vidas
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