LEYENDA "dela araña" asesor Alma Delia Hernandez
La leyenda de la araña.
Adaptación de una antigua leyenda quechua
La princesa Uru era la heredera al
trono del Imperio Inca. Su padre la adoraba y deseaba que en un futuro, cuando
él dejara de ser rey, ella se convirtiera en una gobernante justa y querida por
su pueblo. Por esta noble causa se había esmerado en educarla de forma exquisita
desde el día de su nacimiento, siempre rodeada de los mejores maestros y
asesores de la ciudad.
Desgraciadamente la muchacha no era
consciente de quién era, ni de lo que se esperaba de ella. Le daban igual los
estudios y no le importaba nada seguir siendo una ignorante. Lo único que le
gustaba era holgazanear y vestirse con elegantes vestidos que resaltaran su
belleza.
Por si esto fuera poco tenía muy
mal carácter y se pasaba el día mangoneando a todo el mundo. Si no conseguía lo
que quería perdía los nervios y se comportaba como una joven malcriada y
déspota que pasaba por encima de todo aquel que le llevara la contraria. Así
eran las cosas, el día en que su padre el rey falleció, no tuvo más remedio que
ocupar su lugar en el trono.
Los primeros días la nueva reina
puso cierto interés en escuchar a sus ayudantes y actuó con responsabilidad,
pero una semana después estaba más que aburrida de dirigir el imperio. Harta de
reuniones y de tomar decisiones importantes, comenzó a comportarse como verdaderamente era: una mujer frívola que
solo rendía cuentas ante ella misma.
Una mañana, de muy malos modos, se
plantó ante sus secretarios.
– ¡Todo esto me da igual! Yo no
quiero pasarme el día dirigiendo este imperio ¡Es el trabajo más aburrido del
mundo! Yo he nacido para viajar, lucir hermosos
vestidos y asistir a fiestas ¡De los asuntos de estado que se preocupe
otro porque yo lo dejo!
Fueron muchos los que intentaron
hacerla entrar en razón, entre ellos el consejero real.
– Señora, eso no es posible… ¡Usted
debe comportarse como una reina madura y
responsable! ¿Acaso no se da cuenta de que su pueblo la necesita? ¡No
puede abandonar sus tareas de gobierno!
La reina Uru se giró apretando los
puños y sus ojos se llenaron de rabia.
– ¡A todos los que estáis aquí os
digo que sois unos insolentes! ¡¿Cómo osáis cuestionar mi decisión?! ¡Yo soy la
reina y hago lo que me da la gana!
Estaba tan enloquecida que en un
arrebato cogió un cinturón de cuero y lo blandió en el aire con furia. –
¡Quiero que os tumbéis boca abajo porque
voy a azotaros uno a uno! … ¡He dicho que todos al suelo!
El salón se quedó completamente
mudo. El consejero y los ayudantes de la reina sintieron un escalofrío de
terror, pero ninguno se atrevió a desobedecer la orden. Lentamente se
arrodillaron y se dejaron caer sobre el pecho.
La reina apretó los dientes y levantó el brazo derecho, pero cuando estaba
a punto de proceder, se quedó completamente paralizada como una estatua. –
¡¿Pero qué demonios me está pasando?!
¡No puedo bajar el brazo! ¡No puedo moverme!
Todos los presentes se miraron unos
a otros sin saber qué hacer, pero su sorpresa fue aún mayor cuando, sobre sus
cabezas, apareció una majestuosa diosa cubierta con un manto de oro.
La divinidad permaneció unos
segundos suspendida en el aire y fue descendiendo levemente hasta posarse
frente a la paralizada reina Uru. Ante el asombro de los que estaban allí,
habló. Sus palabras fueron demoledoras.
– ¡Eres una mujer malvada y
egoísta! En vez de gobernar el reino con
sabiduría y bondad prefieres humillar a tus súbditos y tratarlos con desprecio.
A partir de ahora perderás tu belleza y todos los privilegios que posees ¡Te
aseguro que sabrás lo que es trabajar
sin descanso por toda la eternidad!
El suelo tembló y alrededor de la
reina se formó una gran nube de humo gris. Cuando el humo se evaporó, en su
lugar apareció una araña negra y peluda ¡La diosa había convertido a Uru en un
arácnido feo y repugnante!
Uru no pudo protestar ni quejarse
de su nueva condición. Su única opción fue echar a correr por los baldosines
del palacio para no morir aplastada de un pisotón. Para su fortuna consiguió
ocultarse en un rincón y, como todas las arañas, empezó a fabricar una tela con
su propio hilo.
Cuenta la leyenda que, aunque han
pasado varios siglos, Uru todavía habita en algún lugar del palacio imperial.
Hay quien incluso asegura que la ha visto tejer sin parar mientras contempla
con tristeza cómo la vida sigue su curso en el que un día muy lejano, fue su
hogar.
Asesora: Alma Delia Hernández Hernández.
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